Obituario Pepe Perales



Nos comunica nuestro presidente el fallecimiento tras larga enfermedad, de nuestro querido compañero José Perales, así mismo trasladamos nuestro sentido pésame a su esposa, nuestra también compañera Lupe.

Con el recuerdo de Paco Pérez Corral:

Ha muerto Pepe Perales. El Dr. D. José Perales Rodríguez ha fallecido a los 72 años el día 6 de abril, en un hospital de Berlín, acompañado por toda su familia mientras trataba de recibir un tratamiento experimental para su dolencia terminal. Muerte natural que, por conocida y aceptada, no deja de ser para sus amigos, parafraseando a Simone de Beauvoir, una violencia indebida. El Dr. Perales fue Jefe de Medicina Interna y Director Médico del Hospital.

Pepe tenía muchos amigos, yo era uno de ellos, y hoy, con profundo dolor y tristeza, escribo estas letras para él. Sólo el agradecimiento por haber compartido tantos ratos alientan mi pluma para vencer la desgana y atreverme a contar cuatro rasgos de su vida sin la intención de hacer un memorándum y menos aún un panegírico necrológico.

Lo conocí cuando entramos en el Hospital. Los dos éramos Adjuntos del pequeño grupo de seis que tras aprobar la oposición (el equivalente de una OPE actual) vinimos a inaugurar el Servicio de Medicina Interna junto a los dos Jefes de Sección y el Jefe del mismo, Prof. Manuel Serrano Ríos. De los seis, cinco éramos ”conchitos”, procedentes de la Fundación Jiménez Díaz (Clínica  de la Concepción) y uno, el outsider Pepe, del H. Clínico San Carlos, de la otrora Cátedra del profesor Casas. De entrada me pareció un hombre serio y mayor (aunque sólo tuviera algunos años más que yo). Afable, cortés, bien vestido, sereno y equilibrado, de hablar pausado y tonalidad calmada y monocorde. Enseguida congenió con todos en una relación afectuosa y unos meses después se nos unió Lupe, que era su mujer y lo ha seguido siendo hasta el último de sus respiros. Trabajar con armonía en el mismo lugar y durante tantos años con la costilla de Adán siempre me pareció un mérito no mencionado en el álbum de los records, pero sin duda, de lo más peliagudo. Juntos tuvimos la ilusión de la juventud de crear un Servicio con vocación de excelencia. ¡El mejor de España, decíamos todos con entusiasmo y  alocada ingenuidad! Pero los años trascurrieron y el Servicio y sus componentes se fueron atemperando al devenir de los imponderables y las rutinas exigidas de la Administración.

Su quehacer profesional siempre fue intachable. Condimentado con las esencias de la rectitud, la entrega y el estudio. De entrada me sorprendió su sobriedad, su afable trato comedido, su discreta elegancia que le daba un porte imperial.

Años después, su capacidad, compromiso y cualidades le alzaron al puesto de Director Médico del Hospital, logrando un record de permanencia no batido hasta hoy, lo cual nos apunta a su capacidad de negociación, de entrega y de saber estar. En este puesto directivo hizo grandes amistades y cosechó más de un encontronazo con algún compañero porque es ineludible que suceda cuando se toman decisiones. Va en el sueldo como se dice con inusitada frivolidad. Ser Director médico quemaba mucho y, en nuestro tiempo,  era igual que asomarse a una jaula de leones y decir: ¡yo quiero ser domador! Yo añadiría que tuvo que doblegar no sólo a esos felinos sino a otras fieras más prosaicas y peligrosas. Pero concluyó una larga estancia en el puesto con enormes logros y algún que otro percance, y un reconocimiento mayoritario. Porque Pepe siempre trató de ser justo,  solidario, honrado y cabal. Un señor. Sí, Pepe siempre fue “un Señor”.  A él le gustaba y lo procuraba en todo momento. Ser un señor es tener bonhomía, generosidad, dignidad, orgullo y templanza. Es saber condescender y pactar, exigir y comprometer. Y esas fueron las cualidades que exhibió a lo largo de su vida.

Algunos decían que era una persona un poco rara y quizás aburrida porque nunca bebió una Coca-Cola, no probó una gota de alcohol en su vida y no bailó una pieza jamás. Nunca, ni tan siquiera en la boda de su hijo, por más que, con solemnidad anglosajona, insistiera  en ello una suegra engalanada. A mí todos esos detalles que, ciertamente, me parecían sorprendentes, le otorgaban el distintivo de su unicidad, de su potente personalidad.

Sus tres pasiones favoritas fueron la música, los libros y la montaña. A Pepe le entusiasmaba la música clásica. Era un adicto de alto riesgo. Habitual de conciertos y serenatas, óperas y recitales, no había estreno musical en Madrid que no contara con su presencia…¡hasta su casa la compró pegadita al Teatro Real! Siempre tenía una melodía en su mente. Pasaba la consulta esbozando un mugido musical, un cuasi imperceptible ummm gutural que algunos pacientes llegaron a confundir con desatención o lejanía, cuando significaba precisamente lo contrario. ¡Cómo iban a saber que eso era un tic consustancial a la personalidad del doctor, y que ese murmullo musical, inapreciable apenas, era la expresión de su máxima atención, del estado de concentración para su mejor discurrir y calibrar la queja del enfermo!

Y, tanto como la música, le apasionaba la lectura y la montaña. Siempre fue un lector empedernido de los que se leían el Ulises dos veces o los millares de páginas de los tiempos perdidos.  Sus gastos personales eran, casi exclusivamente, en discos y libros. Es fácil entender que poseyera una cultura mastodóntica de la que nos beneficiábamos sus compañeros y amigos.

Pepe fue feliz en la montaña, caminando senderos de la tarde como el poeta, paso a paso, a trotecito lento cual locomotora pesada y segura. Hoyó con placer los caminos de su querida Sierra de Gredos donde residía los veranos y fiestas de guardar e hizo en grupo –al que tuve la suerte de unirme- la gran senda pirenaica, yendo desde Fuenterrabía a Creus por el GR10, aprobando el itinerario por parciales en junio y tardando varios años en completar el recorrido total. Tesón, constancia, propósito y decisión.

Le gustaba la cocina, la polémica y el fútbol de su Madrid. Sólo perdía el sólido equilibrio de su personalidad cuando el Real Madrid entraba en juego. Su pasión, su forofismo por el equipo blanco era de una visceralidad asombrosa, lúdicamente sorprendente para mí, que me alegraba verle despotricar del contrario o del torpón de turno que había facilitado la derrota. Entonces los cimientos graníticos de su seriedad reverberaban en un soniquete de improperios que compartíamos y nos aproximaban. Lo hacían más banal, más normalito, más como yo, más mío.

Pero si he de destacar una cualidad, esa fue su coherencia. Siempre mantuvo su ideología, su manera de ser, su imperturbable argumentación. Pepe fue un gran conversador y polemista. Y siempre exhibió la coherencia como forma de ser, como argamasa que juntaba su discurrir y su personalidad y soportaba el conflicto entre su ideología y sus creencias. Una vida en pos de la coherencia. Y lo logró hasta en el último instante, pues el Destino, ese duende juguetón, quiso que los últimos acordes de la sinfonía de su vida y hasta el humo de sus huesos, fueran a parar a la tierra de Beethoven. Y como la muerte es aún más inverosímil que la vida, según nos diría Borges, yo te digo: ¡Pepe, amigo, tómate ahí un buen cubata, que está muy rico, que ya no emborracha; y baila, no pares de bailar, que este año también ganamos la Champions!

Si su vida profesional y personal estuvo jalonada de competencia y rigor, los últimos años, cuando supo el diagnóstico de su enfermedad, han sido de novela cervantina. De su actitud frente a la enfermedad, de su talante, su hombría y entereza, sólo se puede decir que han sido ejemplares. Continuó con sus actividades hasta el final y publicó un precioso libro de sus memorias andarinas que tituló “Cuaderno de viaje” y que son su postrer regalo.

¡Silencio! Quiero que las palabras finales de su libro, sus palabras, concluyan el obituario. Sí, ha llegado al final de la travesía, el GR10 pirenaico ha terminado. Medio tumbado en la cama del hotel y junto al mar mediterráneo, Pepe descansa de la fatiga del viaje. Las hojas del balcón están semiabiertas y entra una suave brisa que columpia los visillos por el suelo y… “el jardín, en primer plano, está en sombra y después el sol ilumina la bahía, la playa y el caserío del pueblo, con la iglesia a la izquierda. El color del mar es gris plateado y se confunde con el cielo. De vez en cuando pasa un barquito. Todo es silencio, quietud, tranquilidad, sosiego, paz. Y me pregunto: ¿será así el Paraíso?”.



 

 

 

 

 

 

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