Relato de Primavera: Al otro lado. Madrid 2020

Título: Al otro lado. Madrid 2020

Autor: Uno de los de antes

15 de marzo

Esta noche me he despertado antes del amanecer y no he podido conciliar el sueño. Mi mente revolotea y revolotea sobre lo mismo. Los pensamientos, como dardos envenenados, se me clavan en la parte más sensible de mi ser, en donde más daño me hacen. En algún momento, me rebelo contra este castigo, e intento ponerle fin justificando mis pecados. Pero no sirve de nada, mis argumentos son hojas caídas que arrastra la tempestad de mi culpa.

Hace tres días que no sé nada de ella. En teoría, no puedo salir de casa, pero, aunque pudiera, no me dejarían entrar allí; lo tienen completamente prohibido. Anteayer llevaron a la comisaría al hijo de un ingresado, que intentaba entrar a toda costa para ver a su padre. La situación es caótica. Han dicho en el telediario que los operativos especiales se han encontrado en alguna Residencia cadáveres de hace días. No sé hasta cuándo podré resistir esta angustia que me corroe, y que solo descargo, aunque sea un poco, en este papel vacío, como si él fuera la esponja de mis desgracias.

18 de marzo

Hoy, por fin, he podido hablar con la directora, y me ha dicho que ayer le hicieron la prueba del virus, pero que no tendrán el resultado hasta pasado mañana. Que no llame, porque no pueden atender al teléfono; que la Residencia está colapsada. Que me llamarán cuando lo tengan.

“¿Y de qué sirve el resultado — le he dicho yo, sin saber lo que decía—  si no va a salir viva de allí?” Me ha colgado. He vuelto a llamar, lleno de ira, pero no lo han cogido. No me ha quedado más remedio que tragarme mi ira y mi desesperación.

Apenas como nada. El hijo de la vecina me compra el pan y alguna cosa que le encargo. Llama, me lo deja en la puerta y sale corriendo. Lleva una mascarilla y una especie de lámina transparente en la cara, y guantes como los de las fruterías.

Es a la única persona que veo directamente. Bueno, también veo a la pareja del balcón de enfrente, cuando salgo a aplaudir por las tardes. Siempre me sonríen y me dicen algo, no sé qué. Desde que ella no está, me parece que me estoy quedando cada vez más sordo.

19 de marzo

Hoy tampoco he dormido en toda la noche.

“¿Por qué la llevaste allí si no quería ir?”, —me atormenta mi conciencia. “Porque hacía tiempo que no estaba aquí, se perdió en un sitio lejano, donde se la llevó el Alzheimer. Aunque lo intenté con todas mis fuerzas no pude entrar en su mundo. Los hijos me convencieron de que estaría mejor en una Residencia. Pero ella no quería ir; hubo que llevarla a la fuerza”, —me contesto a mí mismo, entre el sueño y la vigilia.

Y ahora veo que hoy es mi santo. Nunca pensé que alguna vez me tocaría vivir mi santo así, en este purgatorio, y camino del infierno. Sin ella, sin mis hijos, sin mis nietos, sin nadie…

Quisiera leer, pero no encuentro las gafas por ninguna parte, y no veo. Tampoco me apetece la televisión. La tengo que poner muy alta y molesto a los vecinos. Si puedo escribir es porque mi nieto me puso las letras del ordenador muy grandes.

21 de marzo

Hoy he estado en la cama casi todo el día. Esta tos puñetera y el dolor de cabeza no me dejan parar. Y, además, me duele la cadera. Me he levantado para aplaudir, pero no he visto a la pareja. Cada vez sale menos gente a los balcones.

Según la vecina, mis hijos están preocupados porque me han telefoneado y no contesto. Le he pedido que les diga que estoy bien, que no se preocupen.

Apenas tengo apetito. ¡Con lo comilón que yo era! Solo me apetece beber leche fría.

Y los de la Residencia siguen sin llamar.

25 de marzo

Estos días de atrás no he podido escribir. El dolor de la cadera me está matando, y la fiebre me amodorra de tal forma que paso todo el tiempo medio dormido. Esta mañana o a mediodía — no sé cuándo— el chico, mi ángel de la guarda, me ha traído dos cartones de leche y unos plátanos. Con esto tendré para dos días por lo menos.

Me voy a la cama.

29 de marzo

Esto es otra cosa. Desde que ella ha vuelto conmigo, soy otra persona. Físicamente me encuentro peor, ¿por qué negarlo? Ya no me levanto de la cama, y casi no puedo respirar. Pero me he traído este cacharro a la mesilla, y escribo desde aquí.

Sentirla, hablar con ella, y, sobre todo, saber que me ha perdonado, me ha devuelto a la vida. Ya no me culpo. Bueno, yo también le he prometido que nunca la llevaré a la Residencia, que nos quedaremos aquí juntos hasta que Dios quiera.

Ahora tengo que dejar de escribir, me llama, y eso es lo más importante para mí.

Me dice que aquí se cansa; que nos vayamos los dos al lugar de donde viene, al otro lado... Y yo le contesto que iré donde ella quiera con tal de no perderla otra vez.

UNO DE LOS DE ANTES.

 

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