Relato de Primavera: El secreto de Nagore

Título: El secreto de Nagore

Autor: Zoe Goicoechea de la Calle

Era de noche y las luciérnagas brillaban bajo el cielo estrellado de aquella noche de verano, mientras yo brincaba entre las altas hierbas. Las veía como luminosos destellos dorados. Miré hacia arriba. El cielo era especialmente bonito en verano. Las Daián, pequeñas haditas mimosas, iluminaban los arboles a mi alrededor de matices de todos los colores. Y los sauces llorones, cubiertos de destellos multicolores, descansaban en paz.

A la vez que avanzaba, la cálida brisa me levantaba el pelo. Lo llevaba corto ya que me gustaba tenerlo así en verano. Yo sonreía. Aquel sitio era mi secreto. Lo había creado yo. Iba todas la noches de invierno y verano excusándome con cualquier cosa. Cada una de las hadas expresaba mis pensamientos. Cada risa o llanto mío acababa allí de alguna manera que yo no llegaba a entender. Cada hada tenía nombre. Un nombre que yo misma les había puesto. Incluso algunos me los inventaba yo. Tila, Aonia, Daerí, Iris, Dana, Alasha... Aspiré el aire puro que solo encontraba allí, Dondulis, como le llamaba yo.

Una pradera mágica con un conjunto de árboles en el centro. Me acerqué alegre a ellos. No se me daba mal escalar pero tampoco era lo mío. Los árboles eran extremadamente altos. Se mecían suavemente por el viento y no se veía el final. Eran alcanforeros. Con mis botas altas empecé a escalarlos segura de mi misma. Varias ramas sobresalían de ellos haciendo grotescas sombras. Yo solo me fijaba en una estrella. La gran estrella que miraba todas las noche. La que me daba las respuestas. Iba avanzando poco a poco entre las ramas. Tenía una pregunta importante esta vez. El porqué de todo. Todo lo que tenía a mi alrededor. Las hadas, y además, más criaturas como el duende Nuit o los ciervos Doris. Mi madre no sabía nada. Tampoco mi padre. Nadie. Volví a mirar hacia arriba y la luz me cegó levemente. Grité. Me tapé los ojos con un brazo, algo que hizo que perdiera el equilibrio y me quedara colgando de uno de los brazos. Por suerte me agarré a otra rama y conseguí seguir adelante. El brillo estelar era maravilloso. Había atardecido tan sólo unas horas antes pero el brillo de las criaturas iluminaba la pradera mientras yo escalaba ágilmente. Llegué a la copa del árbol. Era verano, si. Pero, aunque hiciera calor en aquella pradera no lo parecía. Estaba algo cansada ya que trepar un alcanforero no era lo más fácil del mundo. Tenía una acogedora cabaña justo encima de las ramas - no entre las ramas ya que me gustaba ver el cielo por una ventana que había en el techo - para pasar el rato. Dentro tan solo había algunos libros, un saco, una lámpara de aceite y poca cosa más. La casita se iluminaba por la estrella. Mi estrella. Su luz turquesa y cálida me daba en la cara, algo que me encantaba. Las hojas hacían de suelo así que cogí un cojín de la cabaña y lo coloqué encima de las hojas. Entonces, me acomodé y la miré con ojos lechosos. Me aclaré la garganta.

- Hola Venus. Buenas noches. Soy Nagore.

Silencio.

-Tenía un pregunta -musité.

Esta vez me pareció escuchar un susurro entre las nubes.

- Adelante...

- Eh...Si. Quería preguntarte. ¿Todo esto lo llevas tú? - pregunté mirando a mi alrededor- ¿Lo has creado tú?

- Esto es arte tuya. Verás - explicó la voz - cada niño tiene un prado como este. Con inigualables criaturas. Sois vosotros...

En ese momento la voz se extinguió.

-¿Venus? -pregunté mientras las luciérnagas y las Daián brillaban a mi alrededor.

Sabía que Venus hablaba sólo cuando quería y eso indicaba que ya no iba a hablar más hasta la siguiente noche por lo cual  me di por vencida y recogí el cojín para meterme en la cabaña. Encendí la lámpara de aceite y me acurruqué en el saco. No hacía frío. Mientras me dormía rendida por el sueño me puse a pensar en lo que ahora sabía. En lo que acababa de descubrir.

Cerré los ojos y me dormí.

Zoe Goicoechea de la Calle

Abril 2021

 

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