Relato de Primavera: Lana y queso

Título: Lana y queso

Autor: Aitana Goicoechea de la Calle

Los abetos se mecen con suavidad en el bosque. Mi cabaña se encuentra a tan solo unos metros de la tupida y frondosa arboleda.

Es temprano y el sol todavía se esconde entre las montañas francesas. En mi gastado zurrón, he metido un pedazo de queso de mis ovejas, una hogaza de pan algo duro y una pequeña cantimplora. El viento helador me congela el rostro y me hace tiritar. Camino sobre la hierba cubierta de escarcha que cruje a cada paso que doy hacia el establo. Me he ataviado con una bufanda de lana y un gorro de lana también. Siempre llevo conmigo mi bastón de madera de abeto que me ayuda a desplazarme. En el establo de mi granja se calientan mutuamente mis sesenta y tres ovejas de las que consigo lana y leche. Cada una de ellas tiene una historia que contar.

En el duro invierno de este año el heno no puede llegar, lo cual hace que tenga que encaminarme en busca de algún prado que no esté cubierto de nieve o escarcha, es algo difícil pero no imposible; ya solo quedan unas semanas para el comienzo de la primavera que se ve que se ha adelantado.

En mis rutas de cada día me encargo de supervisar la marcha del rebaño; sus pasos y sus baladas. A veces una balada es más alta que otra y eso hace que me preocupe; voy hacia dónde viene el inquietante sonido y compruebo si todo está en orden..... Algunas veces no hay suerte y puedo hallar a una de mis ovejas malherida. En estos parajes el aullido de un lobo significa que tienes que llevarte con urgencia el rebaño de vuelta a la granja.

Esta mañana invernal me dispongo a realizar la rutina de cada día. Hay veces que tengo que enfrentarme a una aventura aunque el frío sea insoportable o el viento esté furioso. Ya llevamos un buen tramo caminando, aunque aún queda mucho por delante.

Sesenta y tres. Son sesenta y tres cargos, sesenta y tres ovejas y sesenta y tres aventuras.

La aventura más peliaguda y peligrosa fue la de mi oveja L’hiver. Aún me duele recordarlo. Era otoño y el viento soplaba con fuerza. Conducía a mi rebaño por la ruta de todos días hasta el desfiladero, aunque no es la ruta que caminábamos siempre. Todo transcurría con normalidad hasta que el viento fue demasiado violento. Aunque me agarrara la boina con fuerza el viento me la arrancó de las manos.

Algo no iba bien.

Lo supe simplemente por mi instinto de pastor. Grité el nombre de mi perro pero, extrañamente no vino hacia mí. Le busqué con la mirada, pero no le encontraba. No tenía más remedio que buscar a la oveja que balaba de tal modo. Comencé a chillar todos los nombres de mis ovejas. Uno tras otro, por el orden que me sabía. Pensé que se habrían caído por el abismo. Una balada de terror rasgó aquella misteriosa mañana seguida de otra más terrorífica. El ambiente se llenó de tensión. Sabía que eran L’hiver y Amande. El corazón me latía muy deprisa, casi al son del furioso y traicionero viento.

Me abrí hueco entre el rebaño con el corazón en un puño. Aunque estuviéramos en una pradera, la entrada al bosque estaba a pocos pasos. Me interné en la espesura mientras las demás ovejas huían hacia el lado contrario. El bosque estaba en silencio. Busqué con la mirada algo fuera de lo normal...    

Creí que se me había parado el corazón. L’hivier yacía en el suelo, tendida, balando aún. Unas profundas heridas le cubrían el costado y manchaban su lana blanca. Tiritaba. Un lobo de pelaje gris lamía sus heridas. Sus ojos eran como dos pozos sin fondo. Le dirigí una última mirada de odio infinito pero su mirada fue serena, sabia y profunda. Alcé el bastón gritando a todo pulmón: <<¡Maldito!¡miserable!>>. El lobo huyó.

Las lágrimas me surcaban el rostro. L’hiver era una de las ovejas a la que más cariño le había cogido. Ese fue uno de los peores días de mi vida.

Sonrío. Estoy satisfecho de mi vida como pastor. Ahora tengo sesenta y tres ovejas. Pero en otros tiempos he llegado a tener setenta. O en los peores tiempos, con más lobos o más frío he llegado a tener cincuenta. Me estoy acercando al desfiladero.

No puedo impedir que les ocurran esas cosas; las montañas francesas y los lobos han pintado este destino y tendremos que afrontarlo. Tengo ya ochenta y cuatro años.

Conduzco a mi rebaño de ovejas junto a Martin, mi perro pastor, aunque ya esté viejo, cansado y débil seguirá realizando estas rutas cada mañana, cada día y cada mes...así sucesivamente...como yo...conmigo.

Aitana Goicoechea de la Calle

Abril 2021

 

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