Paliativos 131... Un día más, un día menos - Certamen literario Verano 2024

PALIATIVOS 131... Un día más, un día menos

Autora: Dra Coro Gómez Samblas

¡Cuánto pesan mis párpados, que eran antes tan ligeros como el viento…! Después de mucho esfuerzo, respiro profundo y consigo abrir mis ojos. Miro a un lado, miro a otro, no hay nadie… no hay nada. Respiro otra vez. Los cierro. Los abro de nuevo. ¿Cuánto tiempo habrá pasado? No lo sé. Antes lo sabía… Había un reloj colgado en la pared, encima de ese crucifijo tan grande y reluciente, pero se rompió la manecilla y la están arreglando desde hace no sé cuánto tiempo (claro está, pues ya no tengo reloj). Sólo me queda mirar a ese crucifijo. Nunca he creído en estas cosas, pero ahora es casi mi única compañía en este cuarto, junto al burbujeo constante del oxígeno y los médicos y enfermeros que pasan a evaluar mis piernas y mis brazos y me limpian y me mueven con tanto cuidado. Antes me movía yo mismo, ahora ya ni lo intento. No tengo fuerzas, ni ganas, ni quiero. Cierro los ojos otra vez. Los abro, miro la cruz. Me doy cuenta de algo… ¡Él tampoco puede moverse! ¿Tal vez nos parecemos…? ¿Estaré volviéndome loco? Estoy cansado, no conviene pensar tanto. Luego volveré a meditarlo, que tengo tiempo de sobra, aquí, todo el día, tumbado…

El ruido de unos niños me despierta. Suelen venir cada mucho tiempo y me llaman “abuelo”. Me cogen de la mano, me hacen dibujos de colores, se comen las gelatinas de la nevera de la habitación y se van corriendo y riendo por los pasillos. Qué alegría me dan esas risas, su eco se repite en mi cabeza en los malos momentos. Yo antes corría, y también reía… ¿acaso fui yo también pequeño? Ya casi no recuerdo. Hace tanto tiempo…

En una esquina de la habitación, oscura y solitaria, están también los padres de esos niños, que se acercan despacio, con caras largas y estómagos revueltos. No sé cómo decirles que no lloren, que estoy bien, que no me duele nada. Que, aunque no pueda moverme, no importa. Que aquí me cuidan mucho, y que estoy tranquilo. Los padres se deshacen en lágrimas, me miran con pena, no se atreven casi a acercarse. Desde la distancia, preparan mi entierro y ya casi pareciera que me están velando, sólo faltan las flores. Ojalá poder tenderles mi mano, o al menos mover un dedo. ¡No pido tanto! Ojalá poder besarles, abrazarles, ser consuelo para ellos. En otro tiempo, fueron mis hijos, mis hijos queridos. Pero… ya no sé lo que son. No vienen nunca, y cuando vienen, no me ven… parece que ven a un muerto. ¡No lo estoy! Estoy vivo, se puede decir que más vivo que nunca. Aprovecho el tiempo: cada segundo, cada momento. Lo atesoro, lo vivo, respiro, doy gracias. ¡No sonrío…. porque no puedo… cuánto daría yo por poder mover mi cara y sonreír el día entero! A veces entorno los ojos, los cierro lentamente, y sólo se da cuenta el que se fija mucho…. de que estoy contento.

Muchos me miran, pero no me ven. Me oyen, pero no me escuchan. Me tocan, pero no me sienten. Otros todo lo contrario… pero esto es otra historia. No quiero hablar mucho de ello. Porque me pesa el corazón, me dan hasta pinchazos. Qué más quisiera yo que no me vieran así, qué más quisiera no ser una fuente de desolación, una carga para ellos… dejar de ser un pellejo tirado en una cama. Pero lo soy. Sé que soy duro conmigo mismo, pero es lo que siento. Ojalá mis hijos supieran mirar más allá. Debería haberles enseñado a hacerlo cuando pude, pero yo tampoco sabía.

Los rayos de luz traspasan intensamente los cristales de mi habitación. Todos se van, y me vuelvo a quedar solo, enfrentado a este crucifijo, pensando en el reloj. ¿Y qué hay de ese que está ahí colgado? ¿A Él le pasará lo mismo? Parece que me está mirando. ¿Me escuchará? ¿Otro delirio más? Ojalá poder cogerlo entre mis dedos en esas veces en las que siento miedo, angustia, soledad. A veces mis manos se enfrían y se amoratan mis dedos… y mi cuerpo se estremece un poco, aturdido entre tantas preguntas… ¿Cómo será eso de morir? ¿Cómo será ese final? Algunos días entran sacerdotes vestidos de negro, con batas blancas, a hablarme del Cielo. Yo les escucho, sin decir nada, muy atento, abriendo mis ojos como puedo… para mí, todo lo que dicen es un alivio y un gran consuelo. Hablan de la fe, eso que yo nunca he tenido. Hablan de la esperanza, esa sí que la tengo… en buena parte gracias a ellos. Hablan del amor…. ¡El amor! El de mis hijos, el de mis nietos… El de mi mujer, que me espera al otro lado de esta puerta… En ese lugar al que llaman Cielo…. Aunque no sé si lo merezco…. ¡Qué sabré yo! ¡Que Dios se apiade de este pobre viejo!

Interrumpiendo mis pensamientos, entran los médicos. Murmuran cosas, me hablan, aunque yo no entiendo mucho, oigo cada vez menos. Aún así, me siento muy querido. Me miran, me sonríen, me dan fuerza. Pero se van. No pueden quedarse, tienen muchas cosas que hacer. Cierran la puerta. Vuelve a mí el duelo: un peso que cae como un plomo y me impide casi tomar aire.

Pero bueno… mis tristezas aquí no duran mucho tiempo. Enseguida, entra la sonrisa de la mujer de la música. Yo la llamo así, no recuerdo su nombre, aunque me lo ha dicho mil veces, estoy seguro, no es una alucinación. Ella siempre viene en el momento perfecto. Me canta, me alegra el alma, parece conocerme con su mirada. Hoy, sin motivo, va acompañada de varios más y una tarta gigantesca por la que el chocolate se desborda y cae al suelo. ¿Será mi cumpleaños? Y, si es así… ¿Por qué lo celebrarán, si yo ni me entero? Me daba igual. Aquí, en una cama de hospital, en un pijama acartonado y con el oxígeno puesto… ¿No será un día para olvidar? Pues no, aquí nadie olvida. Nadie. Dios tampoco lo hace. Se acuerda de todos, o eso dicen algunos. Cada día doy gracias por abrir los ojos. ¡Qué dicha la mía! Lloraría, pero estoy muy seco.

Ya cae la tarde… y con ella el peso de la puerta de la habitación 131. Cierro mis ojos, esperando el momento en el que ya no despierte aquí, ni vea la Cruz ni el reloj al abrirlos… no me entiendan mal: quiero ver a ese crucificado, la verdad, con las marcas de los clavos, pero sin dolor, sin muerte, sin reloj, sin tiempo… y aunque yo nunca fui devoto, ojalá me acoja en sus brazos, y ya nunca más esté solo.



Comentarios

Entradas populares de este blog

Fallece nuestro compañero José Luis Velasco Martínez

Fallecimiento Dr. Roberto Pastrana

Resultados II Certamen Fotográfico organizado por la Asociación de Médicos jubilados del Hospital Ramón y Cajal

Vistas de página en total