La paradoja y el dilema... están servidos
La inédita situación de
confinamiento que estamos viviendo, podemos plantearla como si de un
experimento inesperado se tratase, o como si fuera una película futurista, que
pone a prueba algunas ideas e hipótesis emergentes en nuestra sociedad.
Sorprendentemente, muchas cosas hemos aprendido y comprobado; hemos visto que
el trabajo, vía telemática, en nuestras casas es posible y funciona; las
reuniones, de negocios o profesionales, no requieren necesariamente presencia
física y pueden celebrarse por vía telemática con los mismos resultados; estos
días en que estamos consumiendo solo lo necesario, hemos podido comprender hasta
dónde llega el consumo innecesario de nuestra sociedad; hemos podido comprobar
cómo el aire de nuestras ciudades con menos contaminación tiene otro brillo y
es posible si reducimos el tráfico rodado y aéreo; hemos podido ver pájaros que
creíamos que nos habían abandonado definitivamente y oír sus cantos que han
llenado de alegría nuestros mustios corazones en estos días tan grises; ha
cambiado la forma de relacionarnos socialmente y así hemos aprendido a hacer
videollamadas. Todas estas experiencias y muchas otras tienen algo de visión
desde una ventana que se abre al futuro y nos ha permitido vislumbrar algunos
de los probables cambios venideros. ¿Qué vemos o qué queremos ver por la
ventana? ¿Qué tipo de mundo deseamos ver en el futuro?
En nuestras sociedades
occidentales, los derechos individuales fundamentales están recogidos en
nuestros ordenamientos jurídicos; derechos de los que nos sentimos férreos
defensores. Pero no podemos negar la paradoja que se produce cuando damos, con
suma facilidad, gratuita y voluntariamente, nuestros datos de identificación
personal, correo electrónico, número de teléfono, etc., cada vez que nos
registramos para tener una cuenta en las numerosas páginas web de empresas que
nos los solicitan...... si queremos disfrutar de sus servicios; sin que,
aparentemente, estas prácticas nos provoquen una especial resistencia. Otras
prácticas de control habitualmente aceptadas son las asociadas a las nuevas
tecnologías como la geolocalización, el rastreo de nuestras conversaciones y comunicaciones,
la recepción de mensajes comerciales no deseados, el robo informático, la
difusión de noticias falsas de todo tipo para ejercer influencia en el
individuo y en la sociedad, etc, etc. Lo increíble es que en muy poco tiempo,
hemos alcanzado tal grado de complicidad en estas prácticas que llegamos a
admitir que la complejidad de la actividad actual no sería posible sin estos
condicionamientos impuestos por las nuevas tecnologías. ¿Podemos asegurar que
nuestra privacidad y confidencialidad está garantizada hoy día? ¿Podemos estar
seguros de que actuamos como individuos libres en este tipo de sociedad?, o
acaso, ¿no hacemos una dejación voluntaria de derechos en aras de un supuesto
bienestar?
La relación
individuo-sociedad siempre ofrece un carácter tensional. El principio de
libertad individual se ve enfrentado y limitado por la sociedad en todos los
aspectos. El individuo ha asumido el compromiso de delegar en la sociedad
organizada democráticamente, a través de mecanismos y normas legales y con el
necesario control, para que sea ésta la que establezca las normas y límites al
ejercicio de la libertad individual con el objetivo del bien común; de tal
forma que disponemos de órdenes, disposiciones, regulaciones, leyes, decretos,
etc, etc., que regulan nuestras actividades en todos los ámbitos de nuestra
vida. La aparición y difusión de la pandemia con sus consecuencias sanitarias,
sociales y económicas han puesto de manifiesto la fragilidad de nuestra
estructura sanitaria, económica y social, desmontando y dejando al desnudo la
supuesta fortaleza de nuestro entramado social. La primera fase de actuación
contra la pandemia se ha centrado en el control de la difusión del virus y en
proporcionar la mejor atención sanitaria posible a la población afectada. Para
lograr este objetivo, todas las naciones de nuestro entorno han recurrido al
confinamiento de la población con diferentes formas de aplicación, práctica que
se ha mostrado necesaria y eficaz. A partir de ahora, la detección de nuevos
casos de contagio y sus contactos requerirán nuevas formas de confinamiento,
voluntario u obligado, de seguimiento y de control. Estas formas de
confinamiento generalizado o selectivo han podido ser llevadas a cabo a costa
de suprimir o limitar la libertad de movimiento de los individuos, considerado
éste un derecho fundamental de las personas; y aunque este procedimiento cuente
con total cobertura legal, y solo justificable en función del bien común, no
por eso deja de plantear cuestiones y preguntas de carácter ético y social. No
obstante, en las circunstancias actuales, ¿no debemos considerar justificado
renunciar temporalmente a alguno de nuestros derechos fundamentales por razones
de salud colectiva?; ¿no podemos considerar esta situación, como un ejemplo, en
que el derecho colectivo a la salud debe prevalecer sobre el derecho de
libertad individual?; y si pensamos positivamente.....¿no se podrá decir que
hemos actuado ejerciendo nuestra libertad de forma responsable y
solidaria?.
En cualquier caso, la
confrontación individuo-sociedad y el ejercicio de la libertad individual, que
se ve frecuentemente sometido a limitaciones y ataques, seguirá siendo un tema
en permanente debate, especialmente, en el tipo de sociedad que vamos
conformando en la que, además de los aspectos éticos, filosóficos y sociales,
habrá que contar con la nueva tecnología que, de alguna forma, nos exigirá
adaptar nuestros principios a sus exigencias si queremos formar parte del
futuro.
Hermenegildo de la
Calle
Mayo 2020
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