Historias del Hospital - Mis pacientes y yo, la humanización en el trato del paciente - Certamen Literario Verano 2024

Historias de Hospital

Mis pacientes y yo, la humanización en el trato del paciente.

  Solo sé que no sé nada


Carta abierta a mis jóvenes compañeros médicos

 

Me dirijo a todos vosotros, recientemente incorporados a nuestro Hospital Ramón y Cajal, en calidad de médicos residentes, tras una licenciatura obtenida con mucho esfuerzo y trabajo y haber superado unas pruebas muy competitivas en el examen MIR para así poder conseguir plaza en la especialidad y hospital de vuestra elección. Enhorabuena por encontraros entre los mejores y por hacer de nuestro Hospital uno de los mejores del país.

Vuestra excelente formación académica está fuera de toda duda y podéis estar orgullosos del título que una vez enmarcado habréis colgado en vuestra casa, pero lamento deciros que todavía no sois “médicos”, esto se consigue con el tiempo y con un esfuerzo no menor que el realizado hasta ahora.

 

Como médico, ya jubilado, del Hospital permitidme que comparta con vosotros algunas experiencias acerca del proceso que nos convertirá en auténticos médicos.   

Una vez terminada mi formación como residente, uno de los primeros hospitales en el que trabajé fue el Hospital 12 de Octubre de Madrid, en el Servicio de Urgencias. Formábamos un buen equipo de médicos jóvenes y nos esforzábamos por prestar la mejor atención a los pacientes. Como cualquier otro servicio de urgencia hospitalario con demasiada frecuencia nos enfrentábamos a circunstancias y casos insólitos no recogidos en los manuales clínicos al uso; recuerdo entre otros algunos casos, como el de un paciente que acudió en plena crisis de agitación y convulsiones proclamando que estaba poseído por el demonio y reclamando fuera visto por un sacerdote que pudiera hacer un exorcismo, era la época en que se proyectaba una película titulada “El exorcista” relacionada con la posesión demoníaca. En otra ocasión, un paciente acudió por molestias abdominales un tanto extrañas e inespecíficas, el examen radiológico mostró un vaso de cristal y en su interior una bombilla, desde luego apagada, ambos alojados en el recto. Nuestro anecdotario aumentaba progresivamente; recuerdo, de forma especial, un paciente, ya mayor, al cual en el curso de la exploración física se le practicó un tacto rectal, además de quejarse por las molestias producidas, se lamentaba a gritos llamando a su hija y diciendo “¡¡Juli!! ¡¡Juli!!....que me están dando por culo”. Muchas veces, a pesar de los años transcurridos, he recordado a aquel paciente; cumplimos con el procedimiento clínico al uso que incluía la realización de un tacto rectal, pero no valoramos adecuadamente su situación de fragilidad e indefensión ante una situación tan denigrante para él; no tuvimos la suficiente capacidad de empatía para prevenirle esa reacción. Pienso que fuimos unos clínicos excelentes que realizamos los procedimientos indicados y adecuados previamente aprendidos, pero creo que no actuamos como auténticos médicos con él.     

Unos años después me incorporé a nuestro Hospital Ramón y Cajal en el momento de su apertura en el año 1977 en el Servicio de Endocrinología. De forma un tanto casual y después de algunas peripecias, me hice cargo de la atención a pacientes diabéticos. Lo hice con mucha ilusión porque yo tenía alguna pequeña experiencia previa en este campo y además pude empezar a trabajar con bastante libertad en cuanto a la forma de actuar partiendo de la idea de que las enfermedades crónicas, como sucede con la diabetes, precisan de un manejo muy diferente de los procesos agudos que pueden poner en riesgo la vida del paciente si no se actúa con urgencia; la cronicidad confiere ciertas peculiaridades a los pacientes y a los médicos que se ocupan de ellos.

Durante 36 años, hasta mi jubilación, me mantuve en la misma consulta en la que atendíamos a muchas personas diabéticas en revisiones cada 4 meses, aproximadamente, desde luego esto no hubiera sido posible sin la colaboración estrecha con la enfermera dedicada a diabetes, enfermera educadora, lo que entonces empezó a llamarse trabajar en equipo. Durante estos años pudimos acumular una larga experiencia y fuimos adoptando formas y procedimientos de manejo de acuerdo con criterios que fuimos aprendiendo y modificando para cada paciente; hacíamos lo mismo que muchos otros compañeros, administrábamos la misma insulina y seguíamos los mismos protocolos pero tal vez actuábamos de una forma un poco diferente y más personalizada.  

Es fácil entender que la relación que establecimos con estas personas diabéticas tenía sus peculiaridades; les conocíamos y ellos nos conocían a nosotros; muchos habían acudido inicialmente acompañados por sus padres y años después lo hacían con sus parejas; compartimos la ansiedad de los exámenes en sus estudios, sus rupturas de pareja, sus estresantes trabajos o pérdidas del mismo; sus preocupaciones o pérdidas familiares diversas que tanto afectaban a su control glucémico; les enseñamos a convivir y corregir sus episodios de hiper o hipoglucemia que les angustiaban; escuchamos sus dudas y temores por su porvenir y la posibilidad de desarrollar complicaciones crónicas y muy pronto vimos la necesidad de facilitarles alguna forma de contacto directo y rápido para hacer alguna consulta por lo que les facilitamos un teléfono de contacto directo, especialmente con la enfermera educadora, para solucionar determinados problemas.

Junto con nuestros pacientes tuvimos que aplicarnos en resolver algunos de sus problemas que nos planteaban; uno hacía montañismo y quería seguir practicándolo; otro hacía lucha grecorromana competitiva y tuvimos que planificar sus entrenamientos y sus competiciones, posteriormente abandonó la lucha y se hizo bombero; recuerdo otro que se preparaba para controlador aéreo y debía tener un control estricto de sus hipoglucemias; tuvimos que idear actuaciones adecuadas para mantener el control glucémico en situaciones individuales muy diversas. Aprendimos mucho de nuestros pacientes, cuando afrontaban la solución de determinados problemas de su vida diaria gracias a las indicaciones que les dábamos; ellos eran muy expertos en vivir con su diabetes y aprendíamos con su experiencia; nos alegrábamos con sus éxitos y lamentábamos sus decepciones e incluso la relajación y abandono ocasional y temporal de su autocontrol; todavía recuerdo como en una visita un joven viéndome preocupado por el empeoramiento de su control respecto a visitas anteriores me dijo “Doctor, no se preocupe usted, ya verá como en la próxima visita he mejorado” y así fue.

Siempre tuvimos en cuenta que tratábamos con personas con una afectación crónica que requería un esfuerzo continuado para conseguir un control lo más estricto posible de muchas variables (dieta, ejercicio, autoanálisis glucémico, insulina u otras medicaciones, situación emocional) para mantener un control glucémico aceptable con el riesgo siempre de padecer descompensaciones. Siempre admiré su constancia y esfuerzo para seguir nuestras indicaciones, así como lo que supone acudir a la consulta varias veces al año durante tantos años y desde lugares tan diversos como El Ferrol, Vinaroz, Ponferrada, Cáceres y tanto otros lugares más o menos lejanos. Reconocíamos siempre su esfuerzo y evitábamos la censura o la bronca si las cosas no iban bien y nos esforzábamos para que ninguno saliera de la consulta con la sensación de derrota o de incapacidad para su propio autocuidado.

 

Es difícil imaginar cómo será la práctica médica en los próximos años o a finales de este siglo XXI; los avances tecnológicos en diferentes áreas y la contribución de la robótica y la inteligencia artificial mejorarán sin duda los procesos diagnósticos y de tratamiento hasta producir cambios profundos en el ejercicio de la medicina, pero, en mi opinión y deseo que así sea, seguirá siendo necesaria la contribución de profesionales que aporten humanización al cuidado de las personas enfermas y confío que seguirá siendo necesario que unos profesionales llevados de su interés por avanzar en el conocimiento de los procesos patológicos que afectan a la humanidad y de su deseo de aliviar sus dolencias cuiden de otras personas pudiendo, tal vez, contribuir a prolongar su expectativa de vida con una calidad cada vez mejor.

Si participamos de este espíritu y compartimos estos sentimientos y expectativas respecto al cuidado de las personas enfermas esforzándonos en conseguir su bienestar y curación, cuando sea posible, respetando su condición humana y caminando a su lado a lo largo del proceso patológico, entonces si podremos considerarnos verdaderamente médicos y entrar a formar parte de la legión de médicos, cirujanos, personal sanitario, investigadores que a lo largo de la historia en todos los tiempos y lugares han dedicado sus esfuerzos y trabajos a prevenir las enfermedades, procurar la salud de sus semejantes y ayudar a recuperarla cuando la han perdido.

Un cordial saludo para todos con la seguridad y confianza de que con vosotros nunca nos faltarán verdaderos médicos. 

  

                                                                                 Sócrates


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